miércoles, 14 de diciembre de 2011

El bibliómano ignorante. Bibliotecas de aparato en la antigua Roma.


Leemos en la cubierta de la buenísima edición de Errata naturae : “En El bibliómano ignorante, Luciano dirige sus feroces e hilarantes acometidas contra un famoso personaje de la época: un hombre rico, aficionado a los jovencitos y los chaperos, que engrosa cada día su biblioteca con nuevos libros -que nunca lee- con la esperanza de mejorar así su imagen y posición social”:

“DE VERDAD QUE LO QUE estás consiguiendo es lo contrario de lo que quieres. Tú crees que por comprar compulsivamente los mejores libros vas a parecer una persona con cultura, pero el asunto se te escapa de las manos y, en cierto modo, se convierte en una prueba de tu incultura. Es más, ni siquiera compras los mejores, sino que confías en cualquiera que se ponga a elogiarlos y eres un chollo para quienes mienten sobre tales libros y un tesoro a punto para los que comercian con ellos. Porque ¿cómo ibas a poder distinguir cuáles son viejos y muy costosos de los que son malos y además están envejecidos? ¿O es que puedes reconocer en qué medida están devorados y destrozados tomando a los gusanos como consejeros en el examen? Ya que de lo certeros o equívocos que sean sus contenidos, ¿qué forma de diagnóstico tienes?”

(Luciano de Samósata. El bibliómano ignorante)

En la antigüedad romana pocos fueron los ricos o los miembros distinguidos de las profesiones liberales que no poseyeran una biblioteca privada de más o menos dimensiones. De hecho, la moda de alardear de biblioteca llegó a irritar al mismísimo Petronio, que en su Satiricón muestra a Trimalción -liberto enriquecido aunque igualmente ignorante- presumiendo de sus numerosos libros, y aún más a Séneca, que en su ensayo De tranquillitate animi arremete contra los ricos romanos que llenaban sus viviendas de libros que no leían:

“El gasto en los estudios, que es el mejor de todos, sólo es razonable dentro de ciertos límites. ¿Qué utilidad tienen esos innumerables libros y bibliotecas de los que sus dueños a duras penas pueden leer en toda su vida los títulos? El excesivo número no instruye, antes bien supone una carga para el que trata de aprender y es mejor entregarse a unos pocos autores que perderse entre muchos. Sucede con muchas personas ignorantes de lo más elemental que tienen los libros para adornar sus comedores, en vez de como medios para aprender. Ténganse los libros necesarios, pero ni uno solo para exhibición. Claro que se puede decir que es preferible gastarse el dinero en libros que en vasijas corintias o en cuadros. Siempre es malo cualquier exceso. ¿Por qué disculpar al que desea estanterías de madera rica y marfil, al que busca las obras de autores desconocidos y no buenos y al que bosteza entre tantos miles de libros porque le agrada muchísimo ver los lomos y los títulos de su propiedad? Verás en las casas de los más perezosos las estanterías llenas hasta el techo con todas las obras de los oradores y de los historiadores. Pues hoy, como las termas, la biblioteca se considera un ornamento necesario de la casa. Todo ello se podría perdonar si se debiera a un gran amor a los estudios, mas, realmente, estas colecciones de las obras de los más ilustres autores con sus retratos se destinan para el embellecimiento de las paredes.”

(Séneca. De tranquillitate animi)

Para ilustrar esta entrada enlazamos el episodio Reign of terror [min. 28:15 aprox.] de la magnífica serie televisiva Yo, Claudio -basada en la novela homónima del gran Robert Graves- que recrea de forma genial cómo funcionaba una taberna libraria cuando un bibliopola y sus servii literarii reciben la agitada visita del tartamudo -pero profundamente culto- futuro emperador Claudio (Derek Jacobi).

Bibliografía

CAVALLO, Giugelmo y Chantier, Roger (dirs.). Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid, Taurus, 2003.

Manuel Pérez Rodríguez

Fuente: http://superfurrylibrarian.wordpress.com/2011/12/11/el-bibliomano-ignorante-bibliotecas-de-aparato-en-la-antigua-roma/